martes, 10 de septiembre de 2013

El mar que secó la Unión Soviética.

Donde antes había peces y barcos hoy solo hay arena, cascos oxidados y esporas tóxicas de ántrax. Dentro de muy poco del mar de Aral, antaño el cuarto lago más grande del mundo, solo quedará el recuerdo. Desde 1960 este mar interior, fronterizo entre las Kazajistán y Uzbekistán, se ha reducido hasta la mínima expresión, después de que Stalin y sus sucesores al frente de la Unión Soviética decidieran que cualquier cosa era sacrificable con tal de convertir los desérticos territorios de Asia Central en un vergel capaz de producir miles y miles de toneladas de algodón.


Vistas satelitales del mar de Aral en 1989 y en 2008
 Para lograr su meta, las autoridades soviéticas diseñaron y ejecutaron una de las transformaciones más ambiciosos que se conocen, de una magnitud solo equiparable al daño medioambiental que provocó. En pocos años se construyeron 45 embalses, más de 80 presas y cerca de 32.000 kilómetros de canales —la mayoría de factura tan deficiente que pierden casi tanta o incluso más agua de la que transportan—. Semejante infraestructura desvía de los ríos Amu Darya y Sir Darya la friolera de 48.000 millones de metros cúbicos al año, dejándo que el lago quede alimentado únicamente por una octava parte del caudal original, cifra que la elevada evaporación reduce aún más.

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